La portada del New York Times Magazine del 27 de enero pasado lo dice todo: dos dedos sujetando una minúscula réplica del mapa de Estados Unidos en el cual está escrito en letras pequeñas "¿Quién hizo desaparecer a la superpotencia?"
Por Mark Sommer, columnista estadounidense, dirige el programa radial A World of Possibilities
IAR 14-Febrero-08
A raíz de la sombría bienvenida dada al nuevo año –un mercado bursátil global en caída y el creciente consenso de que la economía estadounidense se encamina hacia la recesión– la única cuestión que aún está debatiéndose es hasta qué punto llegará y cuánto durará la recesión.
Los políticos y los analistas estadounidenses evitan cuidadosamente decir una verdad que les produce pavor, pero quizás ellos no comprenden por completo la situación: menos de una década después de que los neoconservadores ganaran influencia en la Casa Blanca y anunciaran un "nuevo siglo estadounidense", esa supremacía incontestada ha sido desafiada por las fuertes pérdidas "hemorrágicas" que sufren el dominio económico de la superpotencia, su accionar militar y su influencia política.
Esas tendencias hace tiempo que están en obra. Revertirlas requeriría una fuerte dosis de realismo, para lo cual actualmente hay poca disposición, y un régimen de autocontrol y de dedicación que está aún muy lejos de las mentes tanto de los políticos estadounidenses como de su público.
Durante la pasada generación, Estados Unidos ha estado 'desinvirtiendo' en sus sistemas educativo y de salud, en su infraestructura física e industrial y en sus instituciones democráticas, mientras que Europa, China e India se han reinventado a sí mismos como vibrantes economías.
Una muestra impresionante de esta inversión de posiciones puede encontrarse en la actual "liquidación total" de participaciones en lo mejor de los activos empresariales y financieros estadounidenses a manos de sus similares de Rusia –precisamente a una década de la pasada bancarrota terminal en ese país, que ahora resplandece con ingresos petroleros–, de minúsculos estados–ciudades como Singapur y Abu Dhabi, y, más que nada, de China.
Precisamente ocho años después del anuncio de la existencia de un mundo unipolar estamos entrando en una era en la cual al menos otros dos potentes centros de poder han emergido para desafiar la hegemonía de un Imperio Estadounidense agobiado por las deudas: una Unión Europea (UE) en expansión y confiada en sí misma y una máquina económica china que ha combinado con destreza la política controlada por el estado del comunismo y el dinamismo rapaz del capitalismo desenfrenado.
Ninguna de estas superpotencias emergentes continuará adhiriéndose a los dictámenes de Estados Unidos como lo han hecho durante el último medio siglo.
Siete años de arrogancia y obstruccionismo del gobierno de George W. Bush, combinados con la elevación del nivel de prosperidad y educación en Europa, China y también India han hecho que estos países se hayan visto obligados y al mismo tiempo capacitados para comenzar a forjar vínculos los unos con los otros.
Ellos están ahora estableciendo sus propias pautas globales y haciendo sus propios acuerdos comerciales entre ellos y con un segundo grupo de naciones ricas en recursos como Rusia, Turquía, Irán y Brasil.
El hecho de que las bolsas de valores desde Shangai a Bombay y Francfort parecieran haberse agarrado una neumonía después de que Wall Street estornudara confirmó, sin embargo, que esta desconexión entre Estados Unidos y el resto del mundo está todavía lejos de haberse completado.
Pero los analistas en Europa y Asia dicen que es improbable que sus economías vayan a seguir a Estados Unidos en su recesión, porque sus "fundamentos" son mucho más saludables y ninguno de ellos sufre el peso de Iraq o de la guerra global contra el terror.
Con una moneda común y un mercado más grande que el de Estados Unidos, la UE ahora establece pautas manufactureras globales y cotas sociales y ambientales a las cuales deben adherirse China y otros proveedores globales.
Sorprendentemente, ninguno de los principales candidatos presidenciales estadounidenses reconoce el cambio de poder que está ahora en marcha. Esta negativa a admitir la realidad es en sí misma una señal de que no es probable que Estados Unidos responda decisivamente ante la pérdida de dominio incontestado mediante la realización de los cambios profundos requeridos para revertir las actuales tendencias.
Pero la decadencia de Estados Unidos no es inevitable ni irreversible. El surgimiento de un afroestadounidense y de una mujer como candidatos viables a la presidencia ha energizado no solo a los votantes sino también a los observadores de todo el mundo, quienes pese a los antecedentes negativos recientes todavía anhelan la aparición de un nuevamente inspirado liderazgo de Estados Unidos.
Pese a su pérdida de poder e influencia, Washington seguirá siendo un poderoso actor en la política mundial en un futuro previsible. Al contrario de Gran Bretaña, cuya renuncia al mantenimiento del imperio la forzó a una retirada a una segunda fila de naciones, su tamaño, cultura empresarial y tradición innovadora aseguran a Estados Unidos un papel de pívot en la política global.
Los tiempos difíciles que tiene por delante, incluso pueden revitalizar a una disfuncional cultura política. Más probablemente, los ciudadanos estadounidenses, sus instituciones y sus empresas se unirán a millones de otros de alrededor del mundo para llevar adelante una agenda común a la que, en el mejor de los casos, su gobierno terminará más tarde por unirse.
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