Por Joaquín Hernández Alvarado
Hay una forma de evitar que las malas noticias sean definitivas: anticipándose a ellas, difundiéndolas para dejar en claro lo que implican. ¿Qué habría pasado si hubiésemos conocido en su momento oportuno el acta de la conversación secreta entre el presidente español José María Aznar y el de los EEUU, George W. Bush, a finales de febrero de 2003, cuando este último ofreció castigar a Chile si no apoyaba la invasión a Iraq? Buena parte de la propaganda estadounidense sobre la legalidad de la invasión habría fracasado y los movimientos sociales habrían tenido más fuerza para denunciar la catástrofe que estaba por venir. Probablemente, la guerra no habría sido detenida pero por lo menos los gobiernos de los países latinoamericanos no se habrían prestado, salvo por alineamientos más allá de la razón y del derecho internacional, a la “mascarada” que justificó la invasión a Iraq. O las declaraciones altisonantes de Aznar que en el paroxismo de su identificación con Bush, llegó a proclamar: “Estamos cambiando la política española de los últimos 200 años”.
El problema no es solo que el Gobierno de Bush mantiene la intervención estadounidense en Iraq sino de que los vientos de guerra soplan ya sobre Irán. Y no hay muchas esperanzas en los candidatos demócratas en estos temas. Hillary Clinton, quien tiene un 20% de margen de ventaja sobre Obama o Edwards para las próximas elecciones presidenciales, votó la semana anterior en el Senado una resolución de línea dura contra Irán y aceptó por otra parte la necesidad de mantener un mínimo de tropas en Iraq durante un período de tiempo, “para estar seguros de que podemos llevar actividades antiterroristas en ese país”.
El escenario en que se anunciaron estas malas noticias para la paz mundial fue la apertura de la sexagésima segunda Asamblea General de la ONU donde “se soltaron los demonios”, de acuerdo al ex embajador mexicano Gonzalo Martínez Corbalá en La Jornada. “Toda nación civilizada tiene la responsabilidad de actuar a favor de los pueblos que sufren bajo la dictadura”, dijo en su intervención el presidente Bush y señaló como ejemplos a Bielorrusia, Corea del Norte, Siria e Irán. El encargado de dar el remate al discurso de Bush fue el presidente francés Sarkozy que declaró que el mundo no podía tolerar que Irán llegara a tener armas nucleares. “La debilidad y la renuncia no conducen a la paz, sino a la guerra”. Antes, el canciller francés Bernard Kouchner había mencionado la posibilidad de una guerra con el régimen iraní por la cuestión atómica. Por si hubiese dudas todavía, The New Yorker informó el domingo pasado que el Gobierno estadounidense estaría preparando ataques aéreos con Irán, dirigidos no ya contra sus plantas nucleares sino contra la Guardia Republicana iraní con misiles de crucero lanzados desde el mar, bombardeos e incluso ataques terrestres. Una guerra no tiene necesariamente que ocurrir. Una nueva conflagración en el Oriente Medio sepultaría las expectativas de lo que pensamos sería este nuevo siglo.